La historia del martillo

Un hombre quiere colgar un cuadro. El clavo ya lo tiene pero le falta un martillo. El vecino tiene uno. Así, pues, nuestro hombre decide pedir al vecino que le preste el martillo.

Pero le asalta una duda:¿Qué, y si no quiere prestármelo? Ahora recuerdo que ayer me saludó algo distraído. Quizás tenía prisa. Pero quizás la prisa no era más que un pretexto, y el hombre abriga algo contra mí. ¿Qué puede ser? Yo no le he hecho nada; algo se le habrá metido en la cabeza. Si alguien me pidiera prestada alguna herramienta yo se la daría enseguida. ¿Por qué no ha de hacerlo él también?¿Cómo puede uno negarse a hacer un favor tan sencillo al otro? Tipos como este le amargan a uno la vida. Y luego todavía se imagina que dependo de él porque tiene un martillo. ¡¡¡Esto ya es colmo!!!

El hombre sale precipitado a la casa del vecino, toca el timbre, se abre la puerta y antes de que el vecino diga buenos días nuestro hombre grita furioso:

¡Métase su martillo por el culo!
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Cortesía de Paul Watzlawick en El arte de amargarse la vida, editorial Herder.

Eres grande Paul!!!