La vasija

Este cuentito no es mío sino de Julio Caballero y como yo soy su fan lo guardé y copié pues me reanima mucho. Además claro viajé hasta Chilpancingo para conocerlo y así poder presumir en un futuro no muy lejano que yo dormí en su casa y que comí con él un sope del tamaño de una pizza chica en un mercadito.
Quizá otros bloggers ya lo leyeron, quizá no. Léanlo vale mucho la pena.

La vasija

Había una vez, en la sierra un pueblo muy remoto. En ese pueblo un rancho y en ese rancho un anciano. El anciano vivía solo, completamente solo y por causa de su edad, trabajaba de aguador, pues nadie quería darle una labor a medias. Desde que amanecía hasta que se metía el sol... yendo y viniendo al río se pasaba los días, uno tras otro.

La sequía era permanente en aquellas tierras y de cierta manera, eso le aseguraba trabajo hasta que tuviera que morir y descansar por fin. Tantos viajes se aventó al río y tanta agua acarreó que juntó dinero necesario para comprar una vasija nueva.

Escogió una muy primorosa y grande, del tamaño necesario para equilibrar el peso con una de las vasijas viejas. Y aquella mañana emprendió el primer viaje al río sintiéndose todo un catrín, con su vasija nueva resplandeciendo al sol. Trabajó tan duro como de costumbre, llevando más agua en su vasija nueva y ganando un poco más.

Una tarde, mientras sujetaba los nudos de su carga y limpiaba su casa, escuchó una voz lastimera que le decía: -perdóname- el anciano volteó y no vio a nadie en la casucha, sólo estaba él, su camastro y sus vasijas.

Puso atención y de nuevo la voz le decía: -estoy rota- era, nada más y nada menos que la vasija vieja y rota, que le hablaba, apenada. “ya sé que estoy muy gastada y el agua se derrama a través de mis grietas. No puedo acarrear tanta agua como la vasija que vino a reemplazar a mi anterior compañera... por eso ganas menos dinero, porque el agua se me escurre y siempre llego al tanque sólo con la mitad”.

El anciano se sentó al lado de sus vasijas y acarició con ternura a la rota. “no te has dado cuenta de una cosa” –empezó diciendo- “las cosas buenas generalmente pasan desapercibidas para los demás, quienes estamos empeñados solamente en trabajar y hacer dinero... ¿te has dado cuenta de que las flores crecen solamente de un lado del camino?... justamente del lado en que pasas regando con el agua que se escurre... esas flores me hacen feliz, me hacen aguantar lo pesado de mi carga y hacen que haya algo alegre para mi vista cada vez que me detengo a tomar aire por lo pesado de la vasija nueva... no eres inútil, ni defectuosa como tú crees, solamente que yo conozco tus defectos y así te quiero. Así he aprendido a aceptarte, pues las grietas en tu cuerpo no son tan grandes ni tan abundantes como las de la otra vasija rota”.

Esa tarde, la vasija vieja se quedó dormida, en medio de esa casucha en la que no había más que un camastro con un anciano, dos vasijas húmedas, y en un rincón, otra vasija, jubilada, llena de flores hasta más allá del borde.

Julio César Caballero